TEPEAPULCO, Hgo.- (Enero 26, 2009) “¿Dónde quedó la bolita? ¿Dónde quedó la bolita?”, gritaba el hábil estafador enfrente de los curiosos. En minutos, el embustero desplumó a un incauto con mil pesos. Así, este juego de apuesta errabundo en apogeo, ha sentado sus reales en el perímetro del Mercado Municipal, de Ciudad Sahagún.
Es una especie de impulso lúdico que seduce a cualquiera que no quita el ojo. La ilusión de ganar dinero al instante desafiando a los crupieres callejeros que, sobre una mesita plegable, con manos de rehilete, mueven de un lado a otro tres medias cáscaras de nuez de castilla, en cuyo interior una bolita es arrastrada con velocidad, incita al duelo.
Previa apuesta, si a la voz de “¿dónde quedó la bolita?” el cliente no atina, adiós dinero. Inclusive, hasta con cierta lentitud, la bolita desaparece. Un truco en que se trata de vaciar los bolsillos del envite.
Los picaros y camanduleros de la bolita, peritos en el embuste y la trampa, tienen todas para sí. “La ley no los persigue, porque no infringen la ley”, acotó el jefe de la policía local, Germán González Lazcano. “No existe una estructura jurídica para juzgar a un tipo que recibe el dinero de las apuestas a manos de sus víctimas”.
Luego, lo que casi nunca falta: todos exigen apresar a los astutos embaucadores, pero nadie se atreve a denunciarlos formalmente. “La cultura de la denuncia”. Entonces, “no hay delito”. Y eso que no hay ingenuo que no deje todos sus cobres en el juego de la bolita.
Ahí, desolados, los papanatas ponen a la policía entre la espada y la pared.
“Qué me regresen mi dinero”, mandaba imperativo el hombre a los uniformados. “¿Le robaron su dinero, lo amenazaron con un arma, se lo arrebataron?”, preguntaba el comisario. “No, yo se los di en la mano, porque pensé que me los iba a chingar, pero ni madres. Son unos pinches tramposos”, conjuraba el suspicaz.
A espaldas, el truhán seguía a lo suyo. Sonriendo, con la perfidia en un rostro de bigardón: “¡Metiendo y ganando! ¡El que no arriesga no pasa la mar!”, exclamaba.